
Decidí seguir un ritmo normal, ni lento ni rápido. Manteni
Y todavía
Iba algo preocupadillo por las pulsaciones. No conseguía que bajasen de 160. Llevaba así ya un buen rato, desde el km 12 más o menos, supongo que por el calor que hacía. No sé si es mejor no llevar pulsómetro y no preocuparse… pero bueno, prefiero ir controlando “la patata”, que uno ya va teniendo una edad. De hecho, eso me hizo ir a un ritmo más lentillo para ver si conseguía alcanzar las ansiadas 140 p.p.m., pero nada, no había forma. Y así llegué a la Casa de Campo.
Ya iba notando el cansancio pero podía seguir. Bebí en el puesto de avituallamiento, y enfilé el Paseo del Embarcadero hacia arriba. Ahí empiezan a picar ya las cuestas. Y de repente, entre los kilómetros 26 y 27, ¡calambrazo en la pierna derecha! Le pedí a una de las patinadoras que me echara réflex y nada, pude seguir más o menos bien. Sobre el Km. 30 o 31, nuevo calambrazo en la otra pierna. Más réflex y a seguir.
Ya saliendo de la Casa de Campo, enfilo la Avda. de Portugal pensando que aunque sea cuesta abajo, mejor mantener un ritmo flojillo, por si acaso, no vaya a cacarme la rodilla o cualquier otra cosa. Y otra vez: ¡Las dos piernas acalambradas! Sigo como puedo hasta el final de la cuesta y al volver la esquina, estaba Mamen esperándome. Le digo que voy fatal de pierAhí le digo que cruce el puente y me espere al otro lado, que yo tengo que dar la vuelta por el puente de San Isidro. Consigo ponerme de nuevo en marcha a duras penas.
Paraba, corría, paraba, corría... Llamé a Mamen para pedirle que me comprase una Coca-Cola, por eso de la gran cantidad de azúcares que lleva. Y así seguí hasta encontrarme con ella de nuevo. Subimos malamente la calle Segovia y al enfilar El Paseo Imperial las piernas no eran piernas, eran dos troncos. Cada vez peor. Llegó un momento que no podía ni andar. Me dio unos masajes, a ver si mejoraba algo, pero no había manera. Habíamos llegado ya al km 36, ¡pero no podía! Había pedido que me echaran réflex de nuevo, pero aquello parecía no tener más solución que pararme.
Cada paso era un calambre. Total que nos sentamos en un banco, Mamen me dio sendos masajes en las piernas, a ver si por lo menos podía moverme hasta el metro más cercano, pero al levantarme se obró el milagro. ¡Podía seguir corriendo! Y como además en ese momento estaba fresco de pulmones y corazón, encima podía hacerlo a buen ritmo. Y eso hice.
Ella me siguió unos metros, pero en un momento dado, me dijo que siguiera yo, que se las apañaría para atajar por algún sitio y llegar al Retiro un poco antes. Yo seguí corriendo. Pasé la Ronda de Atocha, cogí Alfonso XII, de lo peor de la ruta, por cierto, por la pedazo de cuesta que es, pero todo el rato sin parar. Un poco más adelante me detuve un momento en el puesto de avituallamiento para echar el último trago antes de la meta y directo a Alcalá. Ya estaba hecho. Un kilómetro más y la meta.
Subí por Alcalá ya sin sentir apenas las piernas, movido probablemente por algún gen de cabezonería supina, y crucé la entrada del Retiro, rodeado de personas que nos animaban a todos los que entrábamos. ¡Ya está! ¡Quinientos metros y llegamos! Y allí estaba Mamen, entre el público ya muy cerca de la meta.
Para hacer justicia, la Maratón de Madrid no la logré yo solo. Sin Mamen a mi lado, nunca hubiera cruzado la meta, como en muchas
Muchas gracias.
Cabezonería supina, muchísima garra, voluntad, fortaleza mental y un pedazo de mujer a tu lado!!!
ResponderEliminarFue MUY EMOCIONANTE verte cruzar la meta.
¡¡¡LO LOGRASTE, CAMPEÓN!!!