A las 08:15 me recogieron mi amigo Miguel (quien me había convencido semanas antes para prepararnos para esta travesía) y su cuñada María, que nos llevaría desde Cullera a El Perelló. Era la excusa perfecta para hacer además una escapadilla de fin de semana a la playa.
Al llegar recogimos la bolsa del nadador, en donde venía el chip y nos fuimos a tomar un cafetito. A las 09:15 más o menos, ya estábamos preparándonos para la travesía, untándonos con protector solar, repelente de medusas (por si acaso), y nada, dándonos los últimos ánimos.
Al llegar a la orilla me acerqué a una chica muy maja, que se llamaba Silvia, ya veterana en esto de las travesías, que nos estuvo explicando un poco como iba el asunto, dónde había que girar y demás avatares a tener en cuenta. Y en un ratito, ¡a nadar!
Dejo que salga la gente y me dirijo tranquilamente al agua. Prefiero ir de los últimos antes que agobiarme con patadas y demás. Y si voy bien, ya tendré tiempo de adelantar a alguno que otro. Y empiezo a nadar. Al doblar la primera boya me doy cuenta de dos cosas: no he puesto el cronómetro (que no importa mucho, ya que llevamos el chip), y dos, me entra agua en el ojo derecho. Chungo. Me doy levemente la vuelta, vacío el agua de las gafillas, las aprieto un poco, por si acaso, y vuelvo a la carga. Nada. Me sigue entrando agua. "Vale. No pasa nada". Me digo a mí mismo. A fin de cuentas no lleva cloro. Pero claro, una hora con el ojo aguado... pues habrá que aguantarse. Y sigo nadando. Cuando llevo cosa de un cuarto de hora, me acuerdo de que mis gafas tienen un defectillo que es que la goma se mete para adentro y si no la colocas bien, pasa eso: que te entra agua. ¡Bien! Consigo acoplarlas perfectamente y ya no me entra agua. Y sigo nadando.
Dejo que salga la gente y me dirijo tranquilamente al agua. Prefiero ir de los últimos antes que agobiarme con patadas y demás. Y si voy bien, ya tendré tiempo de adelantar a alguno que otro. Y empiezo a nadar. Al doblar la primera boya me doy cuenta de dos cosas: no he puesto el cronómetro (que no importa mucho, ya que llevamos el chip), y dos, me entra agua en el ojo derecho. Chungo. Me doy levemente la vuelta, vacío el agua de las gafillas, las aprieto un poco, por si acaso, y vuelvo a la carga. Nada. Me sigue entrando agua. "Vale. No pasa nada". Me digo a mí mismo. A fin de cuentas no lleva cloro. Pero claro, una hora con el ojo aguado... pues habrá que aguantarse. Y sigo nadando. Cuando llevo cosa de un cuarto de hora, me acuerdo de que mis gafas tienen un defectillo que es que la goma se mete para adentro y si no la colocas bien, pasa eso: que te entra agua. ¡Bien! Consigo acoplarlas perfectamente y ya no me entra agua. Y sigo nadando.
Paso a un tipo. A otro más. Cojo el rebufo de un grupillo y pillo el ritmo adecuado. Ahora solo se trata de continuar así.
Sigo y sigo... una boya, dos, tres.... ¡pedazo de medusón en el fondo! (Cual sombrero de mejicano). "Que no cunda el pánico, está en el fondo y yo a tres o cuatro metros por encima. Tranquilo". Otro medusón atómico... otro... todos por el fondo. Como además, me había agenciado un bañador de cuerpo entero, lo peor que podía pasarme es que me picasen en los brazos. Así que nada... tranquilo. Pero de repente me encuentro a uno de estos pedazo de bichos en la superficie y a unos 30cm de mí. ¡¡¡Pánico total!!! Sin apenas mover los brazos, para evitar darles un manotazo, pataleo a toda prisa intentado salir de allí ¡ya! Y ¡zas! Calambre en el gemelo. Como ya me conozco la sensación, dejo las piernas muertas y sigo nadando sólo con los brazos. Estiro un poco el pie para que se me vaya pasando el calambre y en menos de un minuto ya estaba bien. “Hay que seguir”.
Sigo y sigo... una boya, dos, tres.... ¡pedazo de medusón en el fondo! (Cual sombrero de mejicano). "Que no cunda el pánico, está en el fondo y yo a tres o cuatro metros por encima. Tranquilo". Otro medusón atómico... otro... todos por el fondo. Como además, me había agenciado un bañador de cuerpo entero, lo peor que podía pasarme es que me picasen en los brazos. Así que nada... tranquilo. Pero de repente me encuentro a uno de estos pedazo de bichos en la superficie y a unos 30cm de mí. ¡¡¡Pánico total!!! Sin apenas mover los brazos, para evitar darles un manotazo, pataleo a toda prisa intentado salir de allí ¡ya! Y ¡zas! Calambre en el gemelo. Como ya me conozco la sensación, dejo las piernas muertas y sigo nadando sólo con los brazos. Estiro un poco el pie para que se me vaya pasando el calambre y en menos de un minuto ya estaba bien. “Hay que seguir”.
Cuarta boya y debemos llevar media hora larga…muy larga, la verdad. Yo pensaba que debía haber unas nueve o diez boyas, ¡así que no vamos ni por la mitad! “Nada, sigue nadando, sigue nadando…” Como canturreaba la pececilla esa amiga de Nemo (Dori). Me pasa una chica pero se queda pegada a mí. A menos de dos metros. Me viene bien tener un timón y sobre todo, alguien que se trague las medusas antes que yo. Pillo el rebufo. Quinta boya. “Sigue nadando, sigue nadando”… Y de repente, ¡boya amarilla! El punto por el que hay que doblar hacia la playa. ¿Pero no eran nueve? Será que no. Efectivamente. Hay un par de barcas que nos van diciendo que enfilemos hacia la playa, hacia donde está situada la meta.
Meto caña. Quedarán unos 400m o así. Quizás algo menos. Voy viendo las rocas del fondo. Pienso que por ahí ya no debe haber medusas y que a fin de cuentas me quedan cinco o seis minutos a lo máximo. Y por fin llego a la orilla.
Salgo con calambres en las piernas. Me encuentro a Mamen, Ana, la mujer de Miguel y Macarena saludando y dándome ánimos. Y cruzo la meta. ¡Lo conseguí!
Miguel hizo 1h:00:04 y yo 1h:07:07.
El año que viene estamos ahí otra vez.
Nota para la posteridad: por la noche, España gana el mundial de fútbol.