martes, 2 de noviembre de 2010

Maratón Atenas 2010

 No es una maratón… Es Maratón. Ahí estamos los cuatro: Sonia, Sergio, Miguel y yo, dispuestos a llegar a Atenas corriendo. Sonia está nerviosilla. El resto aparentemente no. Yo la verdad he descansado poco y creo que los demás también. Es inevitable. Me tuve que tomar un antihistamínico para poder conciliar el sueño y me he levantado a las seis menos cuarto para desayunar y preparar todo para estar saliendo antes de las siete hacia Maratón.

Son las ocho de la mañana. No hace frío y brilla el sol. Estamos en Maratón.

Después de desaguar y dejar las cosas en el guardarropa, nos vamos hacia nuestras respectivas zonas de salida. La cosa va por colores. Yo tengo el color naranja, bloque 6, es decir, el último de los cuatro. Esto es porque para evitar una desbandada general, la salida se hace por bloques, dependiendo de la marca que hayas puesto al hacer la inscripción. La verdad es que no recuerdo que puse, pero el caso es que soy el último. Las nueve. Empieza el primer bloque, luego el segundo, tercero (ahí creo que va Miguel), cuarto (Sergio), quinto (Sonia) y por fin… salgo yo. Entre uno y otro bloque hay unos cuatro minutos de diferencia. Estoy corriendo.

Cinco kilómetros, llegamos a no sé qué monumento de Maratón (supongo que conmemorativo de la famosa batalla), y me encuentro con Sonia. Hasta entonces había ido adelantando a muchos de los corredores de mi bloque. Craso error. Ya contaré más adelante porqué. Saludo a Sonia y sigo a adelante. Voy fenomenal. Veo que llevo unos 28 minutos y pienso que es porque me he metido en el grupo de los lentos y que el hecho de tener que adelantar a varias decenas de corredores me ha ralentizado un poco. Supongo que a partir de aquí la cosa irá mejor. En parte si. Sigo adelantando a muchos corredores y mantengo un ritmo más o menos constante. Y llego a diez kilómetros en 56 minutos. Perfecto.

Y de repente empiezan las subidas. Sigo bien. Subidas largas que culminan en una bajadilla bastante más corta pero que sirve para recuperar. Y llego a la mitad. Media maratón en poco más de 2 horas. Empiezo a notar cierto amago de calambre en la pierna derecha. ¿Qué hago? ¿Sigo corriendo como si nada? ¿Aminoro el ritmo? ¿Camino un poco? Opto por hacer lo último. Camino un rato mientras que aprovecho para coger una botellita de agua del kilómetro 22,5. Parece que va mejor. ¡Vamos a allá!

Quinientos metros más alante acaba de darme el calambre.

Una señora de más de sesenta años me pregunta en inglés que qué tal estaba. Le digo que bien, pero que el muslo estaba… uhmmm… duro (no sabía como se dice calambre en inglés). “Oh, crumpy”, dijo ella. “Don’t worry, I have some potasium here” y abrió una bolsita muy cuca que llevaba a la cintura y me dio una pastillita. “Take it with water. That will help you”. Luego me preguntó de donde era: “Germany?”, “No, Spanish” _le respondo.  Me comentó que había estado en La Mancha hacía cuatro años con unas amigas y que le gustaba mucho España. Con un “good luck” se despidió, continuando la carrera, por cierto bastante más rápido que yo.

A los pocos metros me vino la idea de que los ángeles tienen forma de corredora de sesenta años…

Tenía la parte baja del muslo contracturada. El músculo, según he visto en un dibujo en internet, es el “vasto interno”. De hecho, ese mismo músculo ya se me había sobrecargado unos días atrás, pero no recuerdo cuando, ni porqué. El caso es que anduve un poco hasta que parecía que se bajaba la contractura y luego alternaba con correr.

Podía mantenerme así unos durante 2 km aproximadamente y luego vuelta a empezar... Dejaba de correr, bebía agua en el avituallamiento, caminaba hasta que la pierna volvía a su ser y de nuevo a la carrera.

Esta vez, a diferencia de Madrid, no está Mamen para darme unos masajes. En algún momento me planteo seriamente ¡qué demonios hago aquí! Pero aprieto los dientes y sigo. Estoy corriendo. Punto.
 
Así hasta enfilar la parte que era cuesta abajo de los últimos 10 km. En el kilómetro 35 me esperaba Mamen, con la bandera de España que junto con Ana habían colocado en una esquina estratégica que habíamos decidido el día anterior. Ana se había ido hacía un buen rato al estadio, para ver llegar a Miguel, que iba fenomenal e iba a bajar sobradamente la marca de las 4 horas.

Al verme, Mamen me preguntó qué cómo iba... "Mal, fatal, con calambres desde el kilómetro 23". Además, iba cabreado como una mona, pero eso intenté disimularlo.


Cuando apenas quedaban 4 kilómetros no quería dejar ya de correr. Bajaba el ritmo, y cuando no podía más, caminaba unos pasos, para seguir enseguida corriendo. Así que me concentré todo lo que pude en lo que estaba haciendo, repitiéndome algo así como: "bracea, respira y corre". La verdad es que el movimiento de los brazos ayuda bastante a seguir. Desde el principio de la carrera me había esforzado en hacerlo. Me acordaba de cuando mi amigo Javi me comentaba que parecía Robocop cuando corría, por lo que intentaba mover los brazos al ritmo de la carrera. Digo que lo intentaba porque no estoy del todo seguro de que lo consiguiese de una forma acompasada, por lo que no sería de extrañar que más que un tipo que corre, pareciese un “conejito de duracel” descuajeringado, con algún que otro problema de descoordinación…

También me repetía algo como: "la mente contra el cuerpo" (la verdad es que no me acuerdo muy bien, pero me ayudó a seguir hasta el final).

Y llegué. Hecho polvo, pero llegué.

Al final hice 4h:46':20'', según mi reloj, y 4:47:09 según la marca oficial, lo que son 12 minutos más que en Madrid.


Sonia hizo casi el mismo tiempo que yo. Unos pocos segundos más, con la satisfacción de no haber parado en todo el trayecto, Sergio (Queco), 3h:55min y Miguel 3h:45min.

Viendo la clasificación general, quedo en el puesto 5.924 de 10.084 que llegan a la meta. 













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